Foto Guillermo Rodriguez Adami |
Un diálogo con Liliana Heker
Invitada a brindar el discurso inaugural, la escritora abre la Feria del Libro el jueves 25
Y este mes presenta su nueva novela, Noticias sobre el iceberg y la reedición de dos de sus muchos libros
Toda ficción es un entramado infinito con la propia vida. Liliana Heker postula
este pensamiento desde hace tiempo, aunque con su nueva novela, Noticias
sobre el iceberg (Alfaguara), lo muestra de forma
explícita. Allí Greta, el personaje principal, es una suerte de alter ego:
apenas unos años menor que ella y amante de la literatura, una escritora busca
reinventarse bajo un pulso creativo que había frenado, alguien que repasa
episodios de su adolescencia-juventud y en cuyo presente es interpelada por dos
jóvenes que buscan entrevistarla.
“Greta se parece a mí, pero vive situaciones distintas en su vida –dice
Heker, en diálogo con Ñ–. Tiene cosas que le
presto y a la vez se diferencia en muchos aspectos. Algo común es el dolor de
vivir la enfermedad de un gato amado. Pero a Greta no le han pasado hechos
fundamentales de mi vida, como haber participado en revistas culturales como El
Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco,
experiencias que fueron capitales en mi formación literaria, política y humana.
Y tampoco tuvo un amor como el que tengo con Ernesto, de 41 años, por lo cual
hay divergencias trascendentes. Greta soy y no soy yo, y ese juego narrativo me
entretuvo”.
En las notas previas a la novela, se lee: “¿Se puede, a lo largo de
cuarenta años, amar cada día más? A Ernesto, que sigue haciéndome posible este
milagro”. La escritora argentina de 81 años se detiene en un posible
paralelismo entre el amor y la escritura. “Nadie nos daba más de un mes cuando
nos conocimos, ni nosotros mismos. Yo era una soltera militante y Ernesto un
separado recalcitrante. Realmente creí que no estaba destinada para la
convivencia de pareja, y sin embargo acá estamos, fuimos descubriendo que nos
llevábamos bien. La convivencia se crea todos los días, es un trabajo como la
escritura, diario, arduo, pero que sin ganas ni voluntad no se puede trascender
hacia ningún estadío. Es una creación maravillosa, el ir transitando juntos la
vida y al mismo tiempo cambiar con los años, esa aventura de abrir
posibilidades de encuentro y transformación. Ser cada uno quien es y respetar
al otro en tanto es el otro. Y experimentar cosas juntos, en algo que permanece
por la misteriosa suma de los días en la vida”, cuenta por teléfono.
Un caos ardiente, la escritura, según dice Greta en algún pasaje de Noticias
sobre el iceberg, un amor por las palabras que no esquiva la
medida de los sueños, el azar y la predestinación, los caprichos de la memoria
y, más allá de bloqueos y postergaciones, a esos cruces dichosos que iluminan
lo “por-escribirse” y abren puertas imprevistas, como encontrarse con un
escritorio antiguo en un pueblo remoto y comprarlo para imantar unos diarios
manuscritos.
“Y eso le ocurrió a los treinta años: la irrupción no prevista de un
mundo inexplorado. Un mundo que era como un precipicio, cierto, pero qué le
importaba el precipicio si la estaba esperando una aventura que ella se moría
por narrar. ¿Por qué? Porque era un tema cargado de interrogantes”, se dice
sobre Greta, que en su presente, a los 77 años, recibe un llamado de un
estudiante de periodismo para un trabajo práctico que él debe presentar para
recibirse. En otro pasaje existencial se tira el ovillo del entramado infinito:
“¿Acaso todo el impulso de lo que queremos no brota de ese ente misterioso que,
según se dice, es capaz de desear lo imposible?”. Greta y su gata Prascovia, y
la curiosidad de dos inesperados visitantes que irrumpen en su solitaria intimidad,
donde almacena canciones y otros rituales entrañables que luchan contra la
“enana jodida” que porta en la sesera.
“Los recreos, conviene aclararlo, son espacios privilegiados que la
liberan de la responsabilidad –del desafío– de haber sido puesta en el mundo;
caminar sin motivo es uno de ellos. O tomar sol, percibiendo cómo su cuerpo se
nutre de una energía luminosa y doradora que ella puede paladear gota a gota; o
nadar, sintiendo en cada partícula de su piel la maravilla del agua; u observar
la torcacita que cada tanto hace nido en la ventana: su ritual paciente de
empollar y más adelante preparar a sus pichones para la vida”, escribe Liliana Heker en Noticias
sobre el iceberg, quizás hablándose a sí misma en días movidos
por su presentación de la novela –sumado a la reedición de Diálogos
sobre la vida y la muerte, sus conversaciones con escritores y
personalidades de la cultura y la ciencia–, y la preparación del discurso
inaugural de la Feria del Libro.
-¿Qué expectativas tenés con la recepción de Noticias sobre el iceberg?
-En lo personal me siento muy bien, contenta con la salida de la novela.
Una siempre está a la espera de saber qué pasa con los lectores cuando surge un
nuevo escrito, te mentiría si digo que no me importa. Así que espero con ansias
los comentarios, las críticas. En el plano más social es un momento complicado,
de agitación.
-¿Cuál es tu reflexión?
-¿Vos querés que escriba un nuevo libro? ¡Pará, hablemos de esta novela!
(risas)...Nunca hay que perder el humor pero la realidad que se vive en el
campo de la cultura es terrible. De todos modos, como suele ocurrir en tiempos
convulsos, la creación sigue, no se agota. En Argentina tenemos enormes
creadores, cineastas, escritores, poetas y humoristas que aparecen por todos
lados, el teatro tiene un movimiento gigante que no se vive en otros países.
Estamos viendo que desde el poder se ataca a los artistas y por ende se cortan
las posibilidades del desarrollo cultural. Lo paradójico es que nuestros
artistas y científicos son valorados en todo el mundo por su prestigio y
talento, y aquí se los está menoscabando. La educación pública argentina es
notable, me ha tocado estudiar en la facultad de Exactas. No podemos mirar para
un costado, hay que pensarlo muy a fondo.
-Volviendo a tu novela, se cruzan generaciones, la misma protagonista,
Greta, evoca distintos momentos de su juventud. ¿De qué modo fuiste armando
esas temporalidades?
-La ficción evoca obsesiones, episodios que disparan otros episodios,
locuras, sueños y la aspiración a una gran belleza. Una, como autora, es la
época que ha vivido. Las etapas y experiencias transitadas dejaron marcas,
huellas y dolores, hay que arreglárselas para hacerse a sí misma con eso. En el
caso de la novela, me gusta soltar al personaje y que reflexione por las suyas.
En Noticias
sobre el iceberg mezclé a una persona mayor dialogando con
personajes jóvenes, el choque de dos generaciones muy distintas. Yo nunca negué
mi edad y eso que en mi época las escritoras parecía que no tenían fecha de
nacimiento, era algo que se ocultaba. Me interesó auscultar el paso de los
años. Greta con 77 se encuentra de pronto con ciertas propuestas de vida que
tal vez estén por arriba de sus posibilidades. Lo resuelve de la manera que
puede, se entretejen voces en su memoria, se disparan preguntas y acciones que
creía olvidadas, como el hecho de volver a escribir o hacer la vertical por
primera vez en su vida sin ayuda. Pero las novelas nunca dan respuestas, no son
tratados morales ni modelos de conducta.
-¿Te imaginabas de joven tan activa como en tu presente?
-Es curioso, cuando era muy joven no me imaginaba seguir escribiendo a
los 80, viviendo la vorágine de la salida de un libro. Escribir me constituye,
puedo continuar haciéndolo. La novela pasó una etapa complicada en la pandemia,
donde pasaron cosas terribles. En mi proceso creativo hay situaciones que van y
vienen con los personajes más que con las tramas, como la aparición del
iceberg, que me pasó en un viaje que hice a Calafate. Las posibilidades las fui
encontrando en el transcurso de la escritura, más allá de lo imaginado en la
mente. Siento que la edad, en definitiva, es un bien extraordinario.
-Algo parecido a lo que siente Greta….
-Greta tiene un sentido del humor complejo, no se toma demasiado en
serio pero sí a la literatura. No puede haber vida sin literatura, es
irreemplazable. Como todo personaje principal, para mí conserva un aura de
misterio, de confidencia, en eso de elegir y pensar de una manera y no de otra,
el querer algo que para otros parecería un sinsentido. En cierto modo, está en
ella haber crecido como mujer en los sesenta. Y ese pasado que vuelve en la
instancia de la entrevista y que le resulta incómodo enfrentar. Su nostalgia
principal es con aquello que no pudo vivir, no con lo que vivió.
-En la novela están los entretelones del narrar, un paralelismo con la
“accidentada, fulgurante aventura de la vida”. Lejos de toda idealización, de
todo mito alrededor de la página en blanco.
-El proceso de la creación es muy complejo, la forma definitiva del
narrar deviene de muchísima corrección. Soy una obsesiva de la edición, el
verdadero acto creador es esa búsqueda que ofrece la creación, cambiar a tiempo
aquello que no te expresa del todo. Hay un largo trecho para que algo salga
bien, no sin un trabajo minucioso del texto. Siempre dije que la primera
versión es un mal necesario. Si estás escribiendo, si es lo que te gusta, es un
hecho dichoso. No comulgo con el padecimiento y aquellos que dicen que sufren
cuando escriben. Les digo que se dediquen a otra cosa, a lo mejor les gusta más
patinar o cocinar, o lo que sea.
-Hablando de nostalgia, ¿extrañás tu taller literario?
-En 2022, después de 45 años, lo dejé para dedicarme a mis cosas y estoy
bien así. Fue un espacio que me hizo feliz, donde puse mucha energía. Pasaron
escritores y personas excelentes, como Guillermo Martínez, Inés Garland,
Samanta Schweblin y tantísimos otros. Siempre sentiré gratitud por haber
aportado en sus trayectorias, es algo que atesoro. Cada escritor encuentra sus
herramientas y los espacios se conquistan con dedicación, eso que uno quiere
encontrar lo tiene que buscar. Y nadie se recibe de escritor teniendo un
taller, la visión del mundo que cada uno tiene es la que uno tiene, sería
inmoral querer cambiar la visión del otro. Las ganas de trabajar en la
escritura son intransferibles, si hay alguien que no las tiene no hay nada que
uno pueda hacer. Siempre se falla y se empieza mal, pero poniendo pasión y
voluntad se descubre que la actividad literaria es un trabajo hermoso.
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