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"Los juegos" de Liliana Heker - Versión original de 1960


Los juegos - Cuento de Liliana Heker

Publicado en la revista El Grillo de Papel número 4 del mes de Junio/Julio de 1960

Para compensar la abultada celebridad de Beatriz Guido y Julio Cortázar publicamos, inaugurándolos, expresiones creadoras de jóvenes destacados de la más nueva generación. Ellos son: LILIANA HEKER, nacida el 9 de febrero de 1943, y HUGO KUSNETSOFF, nacido el 15 de diciembre de 1942.

Hoy son jóvenes e inteligentes. Mañana, quizá, abultadas celebridades.

Liliana Heker

Los juegos

A veces me da una risa. Porque ellos no se pueden imaginar las cosas. Entonces tratan de explicar todo. Se ve que no pueden vivir sin explicar.

De vez en cuando yo pienso que les tendría que contar cómo es en realidad todo esto que ocurre. Ya estoy lista: parece que voy a comenzar a hablar. Pero en ese momento ellos dicen: “¿Por qué no jugás con la muñeca? ¿Es que ya no te gusta más?” Y a mí, a mí claro que me gusta; cómo no me va a gustar si es mi hija, la última, la más nuevita. Y cómo jugamos; si ellos supieran. El otro día jugamos a que nos perdíamos en el bosque; en el bosque que está cerca de la casa en que a veces vivimos, por supuesto; yo tenía unas trenzas largas y negras, iba descalza porque había perdido los zapatos, y estaba muerta de miedo; pero en secreto yo sabía que después íbamos a encontrar una casita de labradores, con chicos llenos de aventuras, y con panes calientes y olorosos. Y quería tener más miedo para poder sentirme después más aliviada.

Pero no pude llorar en los brazos de la mujer, ni reírme con los hijos, ni llenarme la boca de pan dorado. Porque en ese momento vino mamá y me dijo: “Por qué estás siempre sin hacer nada?” Entonces yo saqué la muñeca de la caja y me puse a darle la mamadera. Y mamá dijo: “¿Ves como te podés entretener cuando querés?”

A la tarde me llevó a la casa de Silvia para que juegue con ella y no esté tan sola. A Silvia le gusta jugar a las visitas; dice las cosas que dicen las mamás cuando van de visita. Las señoras grandes la miran, se ríen, y dicen: “¡Qué pícara!” A Silvia le gustaría ser grande para decir todas esas cosas en serio, y me dijo que yo era una tonta porque nunca me había pintado los labios, y que mi vestido era viejo y feo, y que su papá le va a comprar una bicicleta porque es más rico que el mío. Y a mí me subió una cosa grande y rara que se me quedó en la garganta, y empecé a llorar fuerte como cuando me aprieto un dedo en la puerta. Entonces mamá me llevó a casa; y me dijo que yo era una llorona; y que no sabía jugar como las demás nenas; y que tendría que contestarle a Silvia cuando me hiciese rabiar, porque si no todos se iban a reír de mí. Y yo me puse a llorar más fuerte y ya no me pude parar.

Pero a la noche, cuando estuve en la cama, le contesté a Silvia; le dije todas esas cosas que se me habían apretado en la garganta y que por eso no le pude decir antes. Me hubieras oído entonces. Le dije que si no me pintaba los labios no era porque le tuviera miedo a nadie sino que no me gustaba porque era pegajoso y tenía feo olor. Y que yo tenía vestidos mil veces más lindos que ése y si quería me los ponía todos juntos porque yo podía hacer lo que me daba la gana y nadie me iba a decir nada pero a mí qué me importaba ponérmelos; total para ir a su casa. Y que a mí me iban a comprar un caballo que corriera más rápido que un tren cuando cumpliera siete años. Entonces ella me quiso decir algo, pero yo no la dejé, y le dije que además la tonta era ella que todavía leía nada más que cuentos de hadas mientras que yo había leído un montón de libros largos y de muchas páginas. Ella se moría de rabia pero yo le dije que era una estúpida porque decía que los chicos eran unos brutos que no sabían jugar, y que eso era mentira porque jugaban mucho mejor que nosotras, y que si a ella no le gustaba era porque era de manteca. Silvia quiso tirarme del pelo pero entonces yo la agarré y le pegué tan fuerte que se tuvo que escapar corriendo. Y se puso a llorar. Tenías que ver cómo lloraba. Tanto que al fin vinieron todas las señoras grandes a ver; todas. Y entonces supieron que yo le había pegado a Silvia porque había sido mala conmigo. Y mamá me dijo: “No hay que pegar a las nenas; es muy feo” Y Silvia seguía llora que te llora.

Y todo ocurrió tan en serio que cuando terminó yo estaba llorando en la cama; pero no lloraba porque estaba triste; lloraba como si yo fuera Silvia y me diese mucha rabia que una chica a la que creía tonta me hubiera hecho pasar tanta vergüenza delante de todo el mundo.

© El Grillo de Papel

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