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La imprescindible Liliana Heker - La Gaceta

La Gaceta Literaria
La imprescindible Liliana Heker
Verónica Boix - Periodista Cultural
La Gaceta Buenos Aires


Sus Cuentos reunidos (Alfaguara) conforman un verdadero manual de recursos literarios en acción. Hay en ellos pistas biográficas y una amplia gama de estilos y temáticas en textos de diversas décadas. Algunos de ellos son inéditos.


La anécdota es conocida: a los 16 años ella mandó una carta y un poema a Abelardo Castillo para trabajar en la revista El grillo de papel. Lo consiguió, no por el poema, que al parecer era malísimo, sino porque la carta revelaba su talento para narrar. A lo largo de 50 años de trabajo minucioso, la intuición natural se volvió un estilo y Liliana Heker una escritora imprescindible. Todos sus relatos, incluidos seis inéditos hasta ahora, conforman Cuentos reunidos, una constelación que da un nuevo sentido total a su obra, publicado por Alfaguara.

Podría pensarse que son sus cuentos completos. La escritora prefiere no llamarlos así, siente que todavía sigue buscando, igual que en la adolescencia cuando escribió “A veces me da una risa”, el comienzo de su primer cuento y no pudo parar. Tenía 17 años y ya se revelaba dueña de una voz. En Los juegos, una nena vive con imaginación lo que los adultos no consiguen explicar de la vida.

Es curioso, ese juego se replica en otras historias para mostrar que en su obra el mundo interior es el origen de lo siniestro y de la grieta de luz que deja ver la salida. Los miedos más íntimos se expanden obsesivamente, hasta volverse mundos fantásticos; chocan con la realidad y la desnudan. Es casi imposible no leerlos con voracidad.

A pesar de estudiar física en la universidad, no dudó en abrirse camino en el mundo literario de la década del 60. Era la única mujer entre los escritores que se juntaban en el Café Los Angelitos para las reuniones de El grillo de papel. Más adelante fundó junto con Abelardo Castillo El escarabajo de oro y El ornitorrinco. Las tres revistas serían espacios de resistencia intelectual frente al autoritarismo, la dictadura y la censura. Esas publicaciones fueron su campo de batalla y exploración. Así mantuvo la polémica famosa con Julio Cortázar acerca de su supuesto exilio forzado. Más allá de los argumentos sobre lo que era en 1978 escribir adentro o afuera del país, lo cierto es que esa discusión sirve para mostrar la relación entre la escritura de los dos autores. Heker, igual que Cortázar, parte de lo cotidiano, solo que ella consigue tensar el realismo hasta transformar lo mínimo en una tragedia o en una revelación. Dos buenos ejemplos son sus cuentos Cuando todo brille y Delicadeza.

Se sabe que Heker da uno de los talleres más prestigiosos y temidos de escritura. Dicen que la primera entrevista con ella asusta, que sus criticas son baldes de agua fría. Según Heker, no hay ni un solo día que no esté persiguiendo la escritura de un cuento. Una de sus alumnas, hoy escritora y amiga, Samanta Schweblin, la sigue llamando “maestra” desde el prólogo de la antología. Es probable que esa misma exigencia llevara a Heker a releer su obra, reorganizarla, obviar el predecible orden cronológico por otra más sugestivo: fue descubriendo los hilos que el tiempo desplegó entre los cuentos; tuvo el cuidado de reunirlos por afinidades, como si unos pudieran contener a los otros. De esa manera, historias inolvidables como La fiesta ajena o Vida de familia funcionan como título para iluminar zonas de su escritura. Lo que llama la atención es que, finalmente, la secuencia de Cuentos reunidos se convierte imprevistamente en un manual de recursos literarios en acción.

A ella le gusta decir que los cuentos no son datos biográficos, sin embargo algunas de sus historias, en especial la serie de cuentos de Mariana y su familia, parecen ir en la dirección contraria. Al mismo tiempo ingenua y brillante, la nena de apenas cuatro años explora la memoria desde Los primeros principios o arte poética, crece y se vuelve adolescente en La muerte de Dios, para construir un Dios a su medida y animarse a desafiar las reglas. Es imposible no pensar que todas esas Mariana son el álter ego que condensa la experiencia de Heker en ficciones entrañables. Y, en ese ir de un mundo a otro, descubrió que en sus cuentos: “El lenguaje era plástico y todopoderoso, solo se trataba de ir dándole vueltas hasta que se detenía en el lugar justo”.

© LA GACETA
Verónica Boix - Periodista cultural - 26/02/2017

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