Entrevista a Liliana Heker
La Historia de la Literatura Argentina
Capítulo 132
Copyright Centro Editor de América Latina
Capítulo 132
Copyright Centro Editor de América Latina
1. ¿Cómo comenzó a escribir? ¿Cómo se publicó su primer libro? ¿Cómo recuerda usted hoy ese período?
En cierto modo empecé a escribir a los cuatro años, en el patio de la casa de mi abuela. El mundo entonces me parecía arbitrario y un poco aburrido, así que daba vueltas por ese patio y tramaba situaciones y teorías complicadísimas que organizaban la realidad a mi manera. Era trabajoso porque, si algún hecho o protagonista no encajaba bien, me veía obligada a efectuar modificaciones en el todo hasta resolver las contradicciones internas; no admitía soluciones incoherentes: era cartesiana. Tal vez esto no parezca un comienzo muy ortodoxo pero estoy segura de que mi predisposición a la literatura (que después las lecturas iban a formalizar) arranca de ahí. En cuanto a la determinación de ser escritora, empieza a tomar forma a los quince años. Antes de esa edad ya había escrito muchos versos horribles y había empezado y dejado truncas en el tercer capítulo dos novelas de diez tomos (ya había leído Juan Cristóbal y me parecía que toda novela que valiera la pena debía tener diez tomos). Pero a los quince años el acto de escribir empezó a significar precariamente, para mí, lo que todavía significa hoy: la posibilidad de fijar y comunicar mi visión del mundo, y también una forma de militancia. En esa época inventé un género literario: el tunguele. En esa época también, viví un acontecimiento que me marcó. Y a muchos de mi generación. Era el año 1958 (yo estaba en cuarto año de la Escuela Normal) e iba a derogarse la ley 1420, de enseñanza laica, gratuita y obligatoria. Era un asunto que nos concernía a todos y movilizó a buena parte de los argentinos. Por primera vez el estudiantado secundario intervenía activamente en un movimiento. Eso nos llevó a una temprana toma de conciencia y nos enseñó (al menos a algunos de nosotros) que hace falta luchar por el derecho a una vida digna. En el colegio discutíamos mucho, entre las compañeras y con los profesores. Me acuerdo de una profesora de didáctica, ferozmente reaccionaria: usaba su religión y sus principios morales (que, como suele ocurrir, eran profundamente inmorales) como armas represoras; pretendía enseñarnos a despreciar nuestro cuerpo y a silenciar nuestras ideas. Yo, a toda costa quería demostrarle, y demostrar a mis compañeras, lo inhumano y enfermo de sus concepciones. Pero me costaba imponer mis ideas en toda su complejidad: era arrebatada y petisa.
Sin contar que, en lo mejor de una discusión, la profesora mandaba ponerme amonestaciones. Entonces empecé a ordenar mis ideas en textos y a leérselos en calse a la profesora. Eran textos grandilocuentes, llenos de signos de admiración y de mayúsculas. Pero mi idea de la vida, a los quince años, también estaba llena de admiraciones y de mayúsculas. La profesora siguió tan reaccionaria como antes, claro, pero le desarmé los argumentos. Y por primera vez conseguí manifestar lo que, desde mi infancia, había constituido mi mundo secreto e incomunicable.
A los dieciséis años terminé el colegio (había aprobado el ingreso a la Facultad de Ciencias Exactas) y empecé a buscar una revista literaria. Nunca había visto un escritor ni en foto, y no tenía ni la más remota idea de lo que era una revista literaria pero, por alguna razón que desconozco, estaba convencida de que, si uno escribe, tiene que trabajar en una revista literaria. Deseché unas cuantas hasta que, por fin, en la librería Galatea, descubrí el primer número de El Grillo de Papel. Leí el editorial y decidí que ésa era mi revista. Mandé un poema y una carta. Me llamó uno de los directores, Castillo (que en ese momento tenía un solo cuento publicado); me dijo que el poema era pésimo pero que era buena literatura. Me integré a la revista. Un año después cerraron El Grillo de Papel y fundamos El Escarabajo de Oro. En estos años, durante tumultuosas reuniones en el Café de los Angelitos y después en el Tortoni, fui aprendiendo lo que sé sobre el oficio de narrar. También aprendí que trabajar en una revista significa trabajar y que, en general, todo lo que uno quiere conseguir, ya sea una buena prosa o una sociedad justa, requiere trabajo y lucha de nuestra parte. a los veintiún años reuní lo que, en ese momento, consideré mis once cuentos más definitivos, y armé mi primer libro, Los que vieron la zarza, que dos años después fue publicado por Editorial Jorge Alvarez. Esto ocurrió en julio de 1966 y, no sólo en mi historia personal, también en la historia del país, acababa de terminar una etapa... En efecto, el golpe militar del '66, y poco después la noche de los bastones largos en la Universidad, acabaron abruptamente con el clima de euforia cultural que se vivía desde hacía cinco años. Dar testimonio de la realidad empezó -o volvió- a ser un verdadero riesgo.
Algunos callaron, otros se fueron; otros, como siempre ocurre, siguieron acá, trabajando para cambiar la historia. Lo cierto es que una efímera y discutible "edad dorada" había terminado. Y mi edad dorada también. Ya había publicado mi primer libro, vale decir: ya se me podía juzgar como escritora. Momentáneamente me sentía vacía, con un futuro incierto. Y algo más grave: había dejado de ser precoz. Entonces hice un descubrimiento: empezar algo es fácil; lo difícil es seguir haciéndolo -mantener la pasión para hacerlo-, aun en condiciones adversas, y durante toda la vida.
2 - ¿Cuál fue el clima intelectual de su casa y su infancia? ¿Se apoyó o se desalentó su inclinación literaria? Escuela, educación formal e informal en la adolescencia, los grupos y las amistades literarias; autores decisivos en su formación literaria. ¿Recuerda algo que pudiera denominarse “episodio de iniciación literaria”?
Mi padre era muy distraído; cuando se iba nos decía: "chau, muchachos", lo cual era bastante curioso porque en mi casa quedábamos mi madre, mi hermana y yo. Mi madre es muy cantora: tiene un repertorio inagotable de canillitas hambrientos, amantes desdichados, obreras tísicas, y huérfanos maltratados por la sociedad; que yo sepa, es la única persona que canta el "Nocturno a Rosario". Y todo con música de vals. Ella cantaba mientras limpiaba la casa y yo sufría horrores pensando en esos huérfanos y en esas muchachas tuberculosas: así recibí mi primera lección de lo que es la injusticia social. Mal que le pese, la ideología se la debo a mi madre. A mi padre, que fue una de las personas más nobles que conocí, le debo el aire de distracción, la costumbre de estar siempre en otra cosa. Y los libros, se los debo a mi hermana. Ella tiene casi siete años más que yo y, desde muy chica, leía frenéticamente. De modo que cuando yo aprendí a leer ya había, en mi casa, un principio de biblioteca. En mi hermana, la pasión por los libros fue una elección. En mí, una fatalidad: o yo los leía, o ella me mataba. Era terrorífica; era y sigue siendo, un ser admirable. Todo esto, y el sentido del humor, y un enorme e incondicional bagaje de afecto, se lo debo a mi familia. La determinación de ser escrirtora, en cambio, me la debo a mí misma. A los diecisiete años, nadie convence a su familia de que es escritor. Lo exterior era que: yo abandonaba la facultad,, vivía en una permanente zozobra económica, ocupaba casi todo mi tiempo y mis energías en hacer una revista literaria, hacia una vida desordenada y noctámbula. En suma: yo estaba canjeando un mundo seguro por nada. No tenían por qué aprobarlo, y no lo aprobaron. En esa época, la primera aceptación formal provino, felizmente, de mi padre:: poco antes de morir, y después de una pelea escalofriante, me regaló mi primera máquina de escribir.
En mi infancia leí las novelas que se destinaban a las niñas; y las que se destinaban a los varones. De todos esos libros estoy hecha. En los de varones aprendí valores éticos, en los de niñas, a añorar una felicidad antigua e imposible. A los doce años leí Los Miserables y, sin saber lo que significaban "opción" e "ideología", opté ideológicamente: supe que estaba del lado de los oprimidos. A los catorceaños leí Juan Cristóbal y decidí que la única actividad que para mí valía la pena era la creación artística. Pese a eso -o a lo mejor por eso- nunca se me pasó por la cabeza estudiar Letras. Cuando llegó el momento de decidir una carrera universitaria, elegí Ciencias Exactas. Estudié Física entre los diecisiete y los veintiún años y abandoné la carrera poco antes de recibirme. El pensamiento matermático me sigue apasionando pero siento que yo no tengo nada que crear -que dar a los otros- en ese campo. Tres autores que consolidaron fundamentalmente mi visión del mundo son: Sartre, Ibsen y Thomas Mann.
No me atraen los grupos literarios. Creo que la literatura es un oficio solitario y que los escritores sólo se deben agrupar cuando tienen una tarea concreta que desempeñar en conjunto. En mi caso, la revista constituye decididamente una actividad grupal. Entre El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco, llevo ya veintiún años de sacar una revista. Es parte fundamental de mi trabajo literario, la que está más vinculada con el compromiso y la comunicación inmediatos,la que más se parece a la militancia.
Dudo mucho que el término "amistad literaria" signifique algo. Mi mejor amigo es un escritor: Abelardo Castillo. Nuestra amistad lleva ya más de veinte años y creció conmigo; sin duda está marcada por el hecho de que los dos seamos escritores pero agregarle el adjetivo "literaria" sería rebajarla. Dos adjetivos, tal vez, podrìan definirla; es una amistad inagotable. Y es inconcesiva. En mi caso particular, sé también que mi afecto està ligado a una profunda admiración.
Episodios de iniciación literaria podría citar dos. Uno evidente: mi ingreso a El Grillo de Papel. El otro, más personal: la escritura del cuento "Los que vieron la zarza". Habìa empezado a escribir ese cuento cuando me di cuenta de que estaba abordando un tema que me quedaba grande (yo tenía veinte años) y que, sin embargo, era mi tema. Para mi historia personal, yo soy escritora a partir de ese cuento. Por lo que significó para mi como exigencia formal y como exigencia ética.
3 - ¿Cómo trabaja? ¿Hace planes, esquemas? ¿Lee a otros autores en los períodos en que está trabajando en una obra propia? ¿Cuándo y cómo corrige? ¿Lee alguien sus textos antes de que ingresen en el proceso de publicación? ¿Escribe de manera regular por épocas?
Escribir la primera versión de un texto, para mí, es sólo un mal necesario; en esa etapa mi trabajo es vacilante y discontinuo; tengo la permanente sensación de que, lo que estoy haciendo, está a una distancia pavorosa de lo que quiero hacer. Cuando esa versi{on original est{a terminada, y me he tomado mi tiempo para ir corrigièndola mentalmente, empiezo a ver claro, a dominar mi material. Entonces inicio la etapa de corrección que, para mí, constituye la verdadera etapa de creación. En esa etapa suelo trabajar todo el día. No me importan las horas que le deba dedicar a una página; sé que poco a poco me voy acercando a lo que busco.
En los cuentos no parto de un esquema sino de una anécdota o una situación concisa, que puedo resumir en dos o tres lìneas. Ahora estoy escribiendo una novela. Durante años acumulé apuntes, capítulos, situaciones sueltas. Recién el ao pasado conseguí configurar una estructura en la que los conflictos y los tiempos encajaban, y tracé un plan, capítulo por capítulo. Sólo entonces sentí que, realmente, estaba empezando a escribir la novela. En general suelo leer mis cuentos una vez que están corregidos (nunca borradores), pero no necesariamente, salvo que sienta que algo falla, y necesite la confirmación. Me hace bien leer a determinados autores, de acuerdo a lo que estoy escribiendo. A veces la vinculaci{on es evidente, pero otras veces responde a mecanismos bastante complejos. No escribo de manera regular: hay temporadas en las que escribo mucho, y otras en las que apenas escribo. Pero no escribo "por épocas". Mucho o poco, estoy escribiendo siempre.
4 - Se dice que todo escritor tiene sus temas, constatnes que definen su obra, ¿cómo definiría usted los suyos?
Un escritor puede ser tendencioso al analizar su propia obra: es probable que señale aquello que quiere que los otros adviertan, y no lo que realmente está. A mí me apasiona la critica literaria: me fascina encontrar constantes y vinculaciones tanto en los textos de otros, como en mis textos. Voy a señalar dos recurrencias que creo ver en mis cuentos: no porque sean las más importantes; tampoco porque crea que otros las tendrían que ver. Simplemente, porque a mí me gustan como elementos críticos. Una recurrencia sería: el cumplimiento de una empresa que está por encima de las posibilidades de realización del protagonista; hay un mandato de tipo ético que exige saltar, y una realidad que impide, u obstaculiza el salto. Otra recurrencia sería; el desmoronamiento de lo real. Digamos; el material de mis cuentos suele ser lo cotidiano, pero hay fisuras por las cuales lo "normal"se desbarata, deviene desorden o demencia. Estos puntos sólo indicarían algunas ocurrencias mías en calidad de crítica. A otros críticos, y a los lectores, corresponderá encontrar - si es que existen - las claves de mi narrativa.
5 - ¿ Cuál sería, a su juicio, el lector ideal de su obra?
Sería estúpido proponer un lector ideal de mi obra. ¿Cuál sería? ¿Aquél tan inteligente y sutil como para captar el valor de mis textos? No me conforma esta especialización. Todo lector verdadero deberá decidir si tiene o no sentido que yo publique libros; si decide que tiene sentido me leerá a su modo y determinadas palabras mías lo marcarán o lo modificarán de una manera particular. ¿Quién sería el lector verdadero? Aquel que ha tenido la oportunidad de aprender a leer, a amar la lectura. Un lector no se hace de un día para el otro, ni lo moldean las campañas promocionales. Hace falta tiempo, y condiciones favorables, y una razonable libertad espiritual, para aceptar a la literatura como un legado, un medio por el cual ciertos hombres han tratado de fijar en palabras lo mejor de sí mismos. En un paìs como el nuestro, donde la mayoría del pueblo no tiene acceso a la cultura, donde los medios de información tratan de transformar al libro en un artículo de consumo, y donde un medio pseudocultural tiende a inventar valores, fomentar rarezas vacuas, y dictaminar lo que está de moda, esos lectores verdaderos tienen que ser, necesariamente, una minoría.
6 - ¿Con qué interés lee lo que la crítica dice sobre sus obras? ¿Cuáles son las modalidades críticas a las que usted escucha con mayor interés? ¿Cuáles son los medios que las difunden? ¿Qué relación se establece (si es que se establece alguna)entre consagración crítica, éxito de público y calidad literaria?
En principio, con una mezcla de curiosidad e inquietud. No soy nada original: me gusta que me critiquen bien, y no me gusta que me critiquen mal, pero no tomo demasiado en cuenta ni unas críticas ni las otras, salvo cuando creo que han dado en el clavo, o cuando revelan lo no evidente. Creo que una crítica debe ser creadora y orientadora; debe considerar al libro como hecho estético y como acontecimiento que se instala en una situación histórica concreta. El crítico, como el escritor, ha elegido su oficio; es responsable de sus palabras.
No sè què puede entenderse por "consagración crítica". En 1949, cuando se publicó la primera edición de Adán Buenosayres, un solo crítico descubrió que se estaba ante una obra fundamental y verdaderamente revolucionaria en la literatura argentina: ese crítico fue Julio Cortázar. Marechal no vendió ni quinientos ejemplares de esa primera edición. Fue necesario que pasaran dieciséis años para que el resto de la crítica, y los medios de difusión, consagraran a Marechal. Este me parece un buen ejemplo de la relación que puede haber entre calidad literaria, consagración crítica, y éxito. Claro que una obra literaria de peso puede tener repercusión inmediata; fue el caso de Cien años de soledad, fue el caso de Sobre héroes y tumbas. Pero en otras condiciones podrían haber pasado años hasta que se las "consagrara", y esto no habría constituido un argumento en contra, ni a favor, de su calidad literaria. En los últimos tiempos, hay una preocupación excesiva por el éxito. En realidad el éxito, merecido o inmerecido, suele responder a causas extraliterarias, y durar muy poco. El peso de una obra es lo que determina su repercusión real, su virtud de permanecer. Eso es lo único que debe preocuparle a un escritor.
7 - ¿En relación con qué autores argentinos o extranjeros piensa usted su propia obra?
Más que de “mi primera obra”, debo hablar de un “proyecto de obra” en el que se inserta lo que llevo escrito hasta ahora. No pienso ese proyecto en relación a determinados autores; pero sé que determinados autores, y determinadas obras, fijan para mí algunas pautas, lo que yo llamaría “mi propio sistema de valores” en literatura. Por ejemplo; mi modelo de cuentista lo constituyen Maupassant y Chejov, capaces de dar un testimonio total de la realidad de través del cuento. Mi idea de lo que debe ser la novela contemporánea la configuraría una cruza entre “Los caminos de la libertad” de Cartre, “Bajo el volcán” de Lowry y “Doktor Faustus” de Thomas Mann. La intensidad de la literatura argentina, su medida, la fijarían Sarmiento y Roberto Arlt. Los esplendores que puede dar el lenguaje argentino lo señalarían Borges y Marechal. La posibilidad de una literatura ceñida, sin concesiones, y capaz de testimoniar la realidad latinoamericana, la marcaría Rulfo. Estas son algunas de mis pautas. Sería prematuro, y no me correspondería a mí, determinar cómo ese sistema de valores gravita sobre lo que escribo. Sé, al menos, que para mí constituye una exigencia: ética y estética.
8 - ¿Cuáles son las cualidades más importantes en un escritor? ¿Cuáles son los escritores argentinos o extranjeros que, en su opinión, responden a este modelo?
No creo que sea posible generalizar acerca de las cualidades más importantes de un escritor; presumo que la cualidad esencial de Chejov no es la misma que la cualidad esencial de Joyce, o de Sartre, lo cual no impide que los tres puedan convivir espléndidamente en el universo de la literatura. Hay cualidades específicas en un escritor, que justamente marcan la individualidad de cada obra. En cambio hay dos condiciones que sí se pueden rastrear en la obra de todo escritor de peso; tener una visión del mundo que valga la pena de ser comunicada, haber encontrado una forma para comunicar esta visión del mundo. Toda gran literatura, de los griegos a Kafka, de Cervantes a Tolstoy, de Sterne a Hemingway, de Melville a Arlt, de Rabelais a Borges, revela estas dos condiciones que, en el hecho literario, son inseparables. ¿Cómo aislar la visión del mundo de Kafka de su peculiar modalidad narrativa? ¿Cómo despojar a la concepción humanística que encierra Tristram Shandy del desparpajo con que está escrita esa novela? La conciencia nacional de Marechal, ¿no está implícita en la arrogancia con que asume y da vuelo al lenguaje argentino? Conseguir esa fusión, "visión del mundo", "forma", no constituiría entonces la cualidad más importante de un escritor, pero sí sería la condición sine qua non de toda obra literaria.
También podría interpretarse la expresión "cualidades de un escritor" en el sentido de "cualidades éticas", que abarcarían a un escritor en tanto hombre total que ha elegido la literatura. En efecto, hay escritores cuya conducta manifiesta y cuya obra conforman una totalidad sin fisuras. Su cualidad primordial sería el haber asumido su compromiso con las palabras y con sus ideas en todo el registro que pueden abarcar. Sartre, por ejemplo. En nuestro país, un buen ejemplo lo constituiría Roberto Arlt; otro, Leopoldo Marechal. Entre los escritores más actuales, Abelardo Castillo. Entre aquellos que han asumido un campo restringido o específico de la literatura, podrían ser; un periodista como Rodolfo Walsh, un ensayista y pensador como fue Rafael Barrett.
9 - ¿Vive usted de la literatura? ¿Qué otras actividades realiza o ha realizado?
Si la pregunta es si vivo de mis derechos de autor; no. Pero nunca gané un peso escribiendo algo en lo que no creyera. Trabajé muchos años como profesora de matemática, física y química. Varios años, como programadora de computación. Hice traducciones; alguna vez hice encuestas. Desde 1978 coordino talleres de técnica narratica. Ahora vivo exclusivamente de eso, de alguna que otra colaboración, y de un préstamo que pedí al Fondo Nacional de las Artes para escribir una novela, y que debo devolver rigurosamente cada tres meses. Vivo con lo elemental, pero eso ya es un lujo en nuestro país. El otro lujo que me estoy dando no lo cambio por nada; trabajar nada más que en aquello que creo.
Bibliografía
Libros de Narrativa
Los que vieron la zarza
Buenos Aires. Editorial Jorge Alvarez, 1966.
Buenos Aires. Editorial Jorge Alvarez, 1966.
Acuario
Buenos Aires. Colección Narradores de hoy. Centro Editor de América Latina, 1972
Buenos Aires. Colección Narradores de hoy. Centro Editor de América Latina, 1972
Un resplandor que se apagó en el mundo
Buenos Aires. Editorial Sudamericana, 1977
Buenos Aires. Editorial Sudamericana, 1977
Las peras del mal
Buenos Aires. Editorial Belgrano, 1982
Buenos Aires. Editorial Belgrano, 1982
Otras publicaciones
El grillo de Papel
Revista de literatura, 1959-1960
Secretaría de Redacción desde octubre de 1960
Revista de literatura, 1959-1960
Secretaría de Redacción desde octubre de 1960
El Escarabajo de Oro
Revista de literatura, 1961-1974
Secretaria de Redacción desde su fundación hasta noviembre de 1963
Subdirectora a partir de diciembre de 1963, hasta su último número.
Revista de literatura, 1961-1974
Secretaria de Redacción desde su fundación hasta noviembre de 1963
Subdirectora a partir de diciembre de 1963, hasta su último número.
El Ornitorrinco
Revista de literatura, fundada en octubre de 1977
Codirectora desde su fundación
Revista de literatura, fundada en octubre de 1977
Codirectora desde su fundación
Diálogos sobre la vida y la muerte
Libro de reportajes, a Jorge Luis Borges, Profesor Severino Crosto, Abelardo Castillo y otros. Coordinación, prólogo y notas
Grupo Editor de Buenos Aires, 1980
Libro de reportajes, a Jorge Luis Borges, Profesor Severino Crosto, Abelardo Castillo y otros. Coordinación, prólogo y notas
Grupo Editor de Buenos Aires, 1980
Notas, artículos
Sobre Arlt: Diario Clarín, 28 de julio de 1977
Sobre Sarmiento: Diario La Opinión, 10 de Septiembre de 1978
Sobre Borges; Diario La Opinión, 26 de agosto de 1979
"Las hermanas de Shakespeare" (acerca de las mujeres y la literatura). El Escarabajo de Oro, ns. 34 y 35
"La literatura como poder" (discusión acerca de la eficacia política de la literatura). El Escarabajo de Oro, ns 42, 43 y 45
Exilio y literatura (polémica con Julio Cortázar). El Ornitorrinco, ns 7 y 10
"El estornino, la jaula y la libertad del hombre" (a propósito de Tristram Shandy, de Lawrence Sterne).
El Ornitorrinco, n. 4
La Historia de la Literatura Argentina
Capítulo 132
Centro Editor de América Latina
Capítulo 132
Centro Editor de América Latina
Comentarios
Publicar un comentario