Gwendolyn Díaz: La perspectiva de los niños y las experiencias infantiles ocupan un lugar eminente en su ficción. ¿Qué recuerdos tiene acerca de su infancia y de la edad temprana al lado de sus padres?
Liliana Heker: Tengo muchos recuerdos de mi niñez. Aún puedo recordar pequeños detalles e impresiones de esos tiempos. Amo a los niños y estoy fascinada por la imaginación que tienen. De niña, yo era muy imaginativa. Recuerdo que, cuando tenía alrededor de cuatro años, solía caminar y correr de aquí para allá por el patio de mi abuela mientras inventaba historias en mi cabeza. Pensaba que las historias de la vida real eran aburridas y disfrutaba inventando historias inverosímiles. Generalmente yo era la protagonista, representaba tramas complicadas y entretenidas, con muchos detalles. Cuando mis historias alcanzaban su punto culminante, me ponía más y más entusiasmada y comenzaba a ir de un lado al otro corriendo cada vez más rápido de aquí para allá, de un extremo al otro del patio. Todavía hoy, cuando escribo y me apasiono por lo que estoy escribiendo, inconscientemente comienzo a ir de un lado al otro mientras desarrollo una trama.
G.D.: ¿Cómo era la vida en su hogar? ¿Qué influencia tuvieron sus padres?
L.H.: Mis padres eran inteligentes, aunque no estudiaron más allá de la escuela primaria. Pese a ser pobres, mis padres tenían mucha imaginación y sentido del humor, siempre nos estimularon para leer y educarnos. El legado que nos dejaron a mi hermana y a mí fue el amor por la libertad y el aprecio del aprendizaje. La mayor influencia familiar que tuve fue la de mi hermana. Era seis años mayor que yo y se encargó ella misma de educarme más allá de lo que las escuelas podían impartir. Ella me inculcó el amor por la lectura y la literatura. Aunque parecía algo enérgica y autoritaria cuando yo era niña, siempre la quise mucho y la representé en varias de mis historias.
G.D.: Después del colegio secundario, estudió física durante cuatro años y trabajó como contadora y tutora de física. ¿Por qué se convirtió en escritora en lugar de ser científica?
L.H.: Mientras estaba estudiando física en la Universidad de Buenos Aires, descubrí una revista literaria que llamó mi atención, El grillo de papel. Mandé a la revista un poema y una carta, y recibí una respuesta de uno de sus directores, Abelardo Castillo, ahora uno de los más destacados autores argentinos, por aquel entonces era un veinteañero que quería convertirse en escritor. En su respuesta me dijo que mi poema no era muy bueno, pero que podía ver que yo tenía un gran potencial como escritora por la carta que había incluido. Al poco tiempo, y a partir de entonces, trabajé para esa revista y empecé una carrera como editora y ensayista que seguí siendo el resto de mi vida.
G.D.: Todas las revistas literarias en las que usted trabajó fueron asociadas a la ideología de izquierda. Por favor, puede desarrollar más sobre sus perspectivas ideológicas y cómo éstas salieron a la superficie en las revistas con las que usted se comprometió.
L.H.: Me interesé en El grillo de papel debido a que ésta sostenía que la literatura no era una manera de sobrevivir, sino más bien una manera de vivir. Creía que todas las personas debían tener acceso a una buena literatura, no solamente la élite. Mis raíces de clase trabajadora contribuyeron a mi ideología de izquierda. La mayoría de los intelectuales del momento eran críticos de la sociedad clasista que privilegiaba a las clases altas e ignoraba a los pobres. Nosotros sentíamos que teníamos la responsabilidad de crear nuevas oportunidades, un nuevo mundo, un hombre nuevo. El esfuerzo literario en estas publicaciones era paralelo a nuestras ideologías. Por eso, dichas publicaciones eran polémicas y controvertidas. La siguiente revista en la cual trabajé fue El escarabajo de oro. Abelardo y yo fundamos El escarabajo... y que fue publicada entre 1967 y 1974. Fue reconocida por haber promovido una generación sobresaliente de escritores de ficción y por publicar editoriales y ensayos que estimulaban la reflexión.
G.D.: Recuerdo una interesante controversia entre usted y Julio Cortázar, considerando a los autores argentinos en exilio y aquellos que permanecieron en la Argentina y continuaron publicando durante la represión. Cuénteme más acerca de ese intercambio polémico con Julio Cortázar.
L.H.: Julio nos mandó una historia a la revista que contenía muchas declaraciones despectivas en contra de Videla, el dictador de aquel entonces. Sus acusaciones eran claras y directas. Nos decía que no creía que publicaríamos su artículo, infiriendo que no nos atreveríamos a hacerlo. Le escribí y le dije que la diferencia entre los escritores en exilio y aquellos que vivían bajo la dictadura era de riesgo, no de convicción. Le aclaré que era fácil criticar desde afuera, a salvo de las represalias, pero nosotros que vivíamos aquí intentábamos ser más cuidadosos con nuestro lenguaje, por miedo a convertirnos en otras víctimas del régimen. Sin embargo, publicamos de todos modos su historia.
G.D.: ¿Qué otros asuntos debatieron usted y Cortázar en ese momento?
L.H.: Le critiqué algunos de sus comentarios que yo consideraba infundados. Debo decir que yo tenía y aún tengo una enorme admiración por Cortázar como muchos de nosotros y lo considero un gran escritor. Pero me confronté con él por un par de posiciones erróneas que formuló, considerando los años de la represión. Sobre todo, sugería que los que se habían quedado en la Argentina no éramos verdaderos disidentes del régimen militar, porque los verdaderos revolucionarios eran aquellos que huían del país. También insinuaba ser uno de ellos, y eso era falso, ya que se fue en 1951, durante la época de Perón. No estuvo obligado a irse. El segundo punto en disputa que sostuve con él fue su declaración de que durante la dictadura militar la cultura y la literatura en la Argentina habían sido totalmente sofocadas. No fue exactamente el caso. Si bien fue cierto que el régimen creaba una atmósfera represiva y debíamos ser cuidadosos con lo que decíamos y hacíamos, pese a todo continuábamos escribiendo y publicando. Había un movimiento de resistencia atrincherado en el entorno cultural de la Argentina en aquella época. Más tarde, Cortázar reconoció esto, pero en ese momento fue un debate bastante acalorado.
G.D.: Cuando cerró El escarabajo de oro, usted y Abelardo Castillo fundaron otra revista literaria llamada El Ornitorrinco. ¿Cómo era esa publicación?
L.H.: El Ornitorrinco fue publicada entre 1977 y 1986, durante toda la dictadura militar en la Argentina y algunos años después. A pesar de la represión y la censura, no nos absteníamos de publicar temas de derechos humanos, libertad de expresión y otros asuntos delicados, tales como el de los desaparecidos, sobre cuyo tema era peligroso escribir. No obstante, pensábamos que los militares no leían lo que publicábamos. El instrumento de censura más grande era la auto-censura que practicábamos. Comprendíamos que debíamos desarrollar temas de discusión en vez de atacarlos directamente.
G.D.: Implicó tomar mucho coraje el publicar semejante material controvertido durante la represión, cuando tanta gente fue victima a causa de sus opiniones. ¿Usted no tenía miedo?
L.H.: Sí, tenía miedo, pero no pensaba que estuviera arriesgando. Si hubiera pensado que seríamos detenidos, no habría seguido trabajando en la revista. Hacíamos lo que debíamos hacer pensando que podíamos salirnos con la nuestra, y resultó que teníamos razón. Otros, sin embargo, no fueron tan afortunados, como en el caso de Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, ambos asesinados debido a que su literatura era considerada subversiva.
G.D.: Pienso que usted es una prolífica y consumada escritora de cuentos cortos. ¿Cuándo empezó a escribirlos y cómo evolucionó su carrera como escritora de ficción?
L.H.: Mis primeros cuentos se publicaron en El grillo de papel en los 60. Fueron recopilados más tarde en un volumen llamado "Los que vieron la zarza", publicado en 1966. Son historias acerca de la niñez atormentada, los celos y la locura. En 1972, publiqué "Acuario", otra antología de cuentos de temas similares. En 1977, salió "Un resplandor que se apagó en el mundo". Es un tríptico compuesto por dos cuentos cortos y una nouvelle acerca de la difícil relación de una mujer con su marido alcohólico. Todas estas tres narraciones se juntan en la historia final, cuando los personajes son jóvenes y aún tienen la oportunidad de ser felices. "Las peras del mal" salió en 1982. Reúne once cuentos que describen situaciones realistas pero que súbitamente irrumpen en lo absurdo. Y finalmente, mi última antología "Los bordes de lo real", de 1991, es una nueva edición de los cuentos anteriores corregidos, ampliados y con el agregado de una nouvelle llamada "Don Juan de la Casa Blanca".
G.D.: ¿Qué temas le interesan más cuando escribe un cuento? ¿Hay temas que parecen obsesionarla o surgen frecuentemente en su narrativa?
L.H.: Supongo que un tema recurrente es la irrupción de la locura, el caos o el horror dentro de una situación cotidiana aparentemente normal. Quiero explorar la contradicción entre nuestro concepto de normalidad o realidad burguesa y el absurdo de la vida que enfrentamos cuando menos lo esperamos. Otro conflicto recurrente en mi trabajo es el de alguien que se compromete con un objetivo que está más allá de su posibilidad de realizarlo. Esto conduce mi interés en saber por qué las personas fracasan en alcanzar sus objetivos.
G.D.: ¿Cuál es el procedimiento que sigue cuando escribe un cuento corto? ¿Cómo desarrolla una idea? ¿Cuáles son sus valores estéticos?
L.H.: La forma y el lenguaje son centrales en mi expresión. No estoy interesada en expresar lo obvio; quiero que el texto hable por sí mismo, que actúe por sí mismo. Mi propósito es crear cierto ritmo y textura en mi prosa que también transmita un mensaje. El texto literario debería incluir todas las posibilidades del lenguaje, su musicalidad, su ritmo, su estructura, así como también su significado. Cuando escribo una novela, tengo la misma preocupación con la forma, la estructura y la musicalidad; pero en este caso, el ritmo es diferente.
G.D.: En 1987, publicó su primera novela, "Zona de Clivaje", acerca de una joven que se enamora de Don Juan, el estereotipado seductor empedernido. Lo interesante de esta novela es que el seductor está descrito desde el punto de vista femenino y, de ese modo, desarrolla una mirada nueva y más condenatoria sobre Casanova.
L.H.: Sí, eso es precisamente lo que intenté hacer. La mayor parte de los trabajos sobre el personaje de Don Juan han sido escritos desde la perspectiva masculina. Posee una personalidad que al mismo tiempo fascina y enfurece a las mujeres. Tener a Don Juan es perderlo. Por lo tanto, intento retratar al seductor desde el punto de vista de la mujer que lo padece. En mi novela, el Casanova es un profesor y, eventualmente, el responsable de haber destrozado una relación, así como la vida de la joven seducida.
G.D.: ¿Se considera como una feminista? Ciertamente esta novela representa una visión femenina de un estereotipo masculino negativo.
L.H.: No, no me considero una feminista. Lo que me molesta del feminismo es que se focaliza sólo en un aspecto de la realidad, el de las luchas de las mujeres. Sólo tiene que ver con un grupo de temas. Creo que las mujeres deben abarcar todos los aspectos de la vida: política, medio ambiente, lucha de clases, economía. A pesar de que comprendo que hay problemas que son específicos de las mujeres, creo que deberían estar contextualizados dentro de un entramado universal. Además, pienso que en el mundo en desarrollo las mujeres enfrentan problemas más serios que la desigualdad con los hombres. Ellas enfrentan problemas de pobreza, acceso a la educación, cuidado de los niños y hambre. Los hombres de estas culturas también están sujetos a los mismos problemas.
G.D.: Comenzó a publicar en los sesenta. ¿Se encontró con que era más difícil hacerse un lugar en la escena literaria debido a que era mujer?
L.H.: Ese no fue mi caso. Empecé a trabajar en El grillo de papel a los dieciséis años y a los diecisiete publiqué mi primer cuento. La revista me dio acceso para publicar y entablé amistades con gente del mundo literario que me abrió muchas puertas. No obstante, reconozco que vivimos en una sociedad que privilegia a los hombres por encima de las mujeres, no hay duda acerca de eso, y como resultado las mujeres tienen que hacer un esfuerzo más grande que el de los hombres para tener éxito en el mundo literario.
G.D.: ¿Piensa que las mujeres escriben de manera diferente que los hombres?
L.H.: Considero que los escritores escriben con todo lo que tienen: su género, su sexualidad, su tipo físico, su clase social, su experiencia, etc. También creo que los escritores pueden crear personajes femeninos auténticos y viceversa. Algunos creen que las mujeres eligen tópicos y estilos que reflejan una visión interna de la realidad, mientras que los hombres tienden a escribir acerca de la realidad exterior: la aventura y la historia, por ejemplo. No obstante, siempre hay algunas excepciones, como en el caso de la exploración interior de Proust y las narrativas de Marguerite Yourcenar. Creo que las mujeres describen la experiencia erótica de manera diferente que los hombres. Mi novela Zona de Clivaje es un buen ejemplo de eso. La experiencia erótica descrita en mi libro es un reflejo de una específica subjetividad femenina. No creo que un hombre pueda representar esa perspectiva.
G.D.: Su segunda novela, "El fin de la historia" (1996), está ubicada durante la dictadura militar de los setenta y describe las vidas de dos jóvenes mujeres, una activista política y la otra, una escritora. ¿Esta obra está basada en personas y acontecimientos reales?
L.H.: Es un trabajo de ficción basado en la realidad. El personaje principal, la activista, es un personaje real que llegué a conocer muy bien y que pasó muchas horas contándome su historia. Asimismo, hay algunos episodios de mi propia vida que están entrelazados en la trama, pero la mayoría de los personajes son ficticios. La novela sucede en Buenos Aires, durante la dictadura militar y describe acontecimientos y lugares que son históricos. Por ejemplo, cuando menciono “la escuela”, me estoy refiriendo a la Escuela de Mecánica de la Armada, el complejo infame donde los prisioneros políticos eran detenidos y torturados. Está claro, además, que “el almirante” es el famoso torturador Massera. La mejor manera de describir esta novela es que entrelaza episodios históricos dentro de un contexto de ficción.
G.D.: ¿Qué la condujo a escribir esta novela varios años después de la dictadura?
L.H.: Sentía la necesidad de escribir una novela que diera testimonio de la ideología y de los conflictos que marcaron mi generación. Quise traer a la luz otra historia acerca de los efectos de la represión y la persecución en la juventud de aquel tiempo. Nosotros creíamos que podíamos cambiar el mundo, que podíamos mejorar las condiciones de los pobres y crear una sociedad más justa e igualitaria. La retórica de la izquierda parecía ofrecer una mejor solución a los problemas económicos y sociales que experimentábamos en la Argentina. Estábamos inspirados por la revolución cubana y esperábamos inducir a América Latina a orientarse en un futuro con más esperanza. Sin embargo, el resultado fue devastador. En lugar de eso, terminamos en una masacre horripilante, en la cual miles de jóvenes fueron torturados y asesinados. Leí e investigué mucho sobre este período para preparar esta novela y me informé exhaustivamente acerca de ambos bandos de la lucha.
G.D.: Esto nos conduce al concepto de poder. En esta novela usted describe la lucha por el poder desde la perspectiva política, pero su trabajo también interviene con las relaciones de poder en situaciones rutinarias, como las luchas en el matrimonio, en la escuela o en la familia. ¿Cree que las luchas de poder son inevitables?
L.H.: Creo que hay muchas situaciones que son el resultado del establecimiento de las relaciones de poder. No creo que las luchas por el poder siempre sean inevitables, a pesar de que el poder parece regir la mayor parte de los convenios sociales.
G.D.: ¿El poder es inherentemente maligno?
L.H.: Creo que es así. Las excepciones serían el poder de las palabras, el poder de la inteligencia, el poder de la gente. Pero el poder existe debido a la amenaza de imponer el castigo. Esto prospera con el miedo, el control y la fuerza. El poder es casi siempre un exceso; donde la autoridad y el poder pueden construir un cambio constructivo, el poder sostiene que la amenaza de destrucción no debería obedecer a la oposición. El poder connota la capacidad de dominar y controlar, la habilidad de provocar muerte y destrucción sin hacer caso de la razón, sin tener en cuenta las necesidades de los otros.
G.D.: En su historia “Los que viven lejos” hay varios tipos de relaciones de poder desarrollados en la trama. La lucha principal es la de una maestra rural que se enfrenta a las autoridades municipales que quieren cerrar su escuela porque hay pocos alumnos matriculados.
L.H.: Para escribir esta historia me inspiré de un incidente real que ocurrió hace treinta años atrás en el campo argentino. Me enteré que una maestra rural estaba descontenta porque las autoridades locales iban a cerrar la escuela donde ella enseñaba, debido a un asunto con dos o tres alumnos. La cantidad de inscritos en su clase bajó y, por esa razón, el resto de los alumnos se quedaría sin escuela y sin educación. Me horroricé por este acontecimiento y esto me motivó a escribir la historia. Es aún más decepcionante que esto continúe siendo una realidad hoy en el interior del país.
G.D.: Lo interesante es la manera en la que usted retrata la jerarquía social del campo, la cual, a su vez, revela otros niveles de poder y control.
L.H.: Sí, por ejemplo, la hija del almacenero tiene un status mayor porque tiene más dinero y mejores ropas, mientras que la niña pobre es tímida e ignorada. Al mismo tiempo, el estudiante más viejo, quien parece intimidar a la maestra, termina ayudándola en su causa cuando se lo necesita. Están aquellos que tienen cierto poder porque son inteligentes y aquellos que carecen de él porque tienen piojos. Así que aquí podemos ver muchos niveles de poder como reveladores del status social dentro de la clase. No obstante, todos se juntan en un momento de solidaridad cuando descubren que la escuela puede ser cerrada. Cuando se enfrentan con un poder aún mayor que los amenaza, se agrupan.
G.D.: ¿Cómo caracterizaría su libro más reciente, "La crueldad de la vida" (2001)?
L.H.: Es una colección de ocho cuentos cortos y una nouvelle que giran en torno a las relaciones familiares. La protagonista de la nouvelle es una mujer que busca a su madre perdida. Al mismo tiempo, ella siente que se está perdiendo a sí misma. Una vez más, el absurdo de la vida irrumpe dentro de la estructura de lo que parece normal y rutinario.
G.D.: Para concluir, ¿qué piensa sobre la más fascinante cualidad de una historia?
L.H.: Creo que una historia trae a la luz aspectos especiales de la vida que deberían permanecer en la oscuridad sin ella. Una historia abre una ventana a la realidad y, al mismo tiempo, permite que lo absurdo salga a la superficie. En suma, una historia es una revelación de algo pequeño, aunque muy significativo.
08 de septiembre de 2005

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